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La verdadera historia de Lagertha, la guerrera vikinga esposa de Ragnar Lodbrok

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Hoy vamos a continuar analizando la verdadera historia de otro de los personajes de la serie Vikings, sin duda uno de los más atractivos en todos los aspectos.

Si hace unos días dedicábamos un artículo a Ivar el Deshuesado, el hijo más famoso y cruel de Ragnar Lodbrok, hoy le toca el turno a la guerrera Lagertha, que fue esposa del protagonista pero consiguió trascender esa condición para labrarse un nombre y una biografía propias.

Cuando decimos verdadera historia quizá habría que entrecomillarlo, ya que las referencias que tenemos de estos personajes son las que aportan las sagas, cuya veracidad absoluta es dudosa al combinar hechos reales con otros legendarios.

Las sagas son al mundo medieval escandinavo lo que las crónicas y los cantares de gesta al resto de Europa: cuentan los acontecimientos históricos de una región recurriendo a personajes que en unos casos existieron de verdad y en otros no, al igual que las situaciones que viven pueden ser más o menos cercanas a la realidad, todo ello en función de lograr que el relato resulte más atractivo; algo lógico si se tiene en cuenta que, tal como creen algunos expertos, la mayoría de ellas eran plasmaciones por escrito de leyendas previas transmitidas de forma oral y, por tanto, mucho más breves.

En el caso de Ladgerda, la saga que más se extiende sobre ella es la titulada Gesta Danorum, atribuida a un escaldo del siglo XII llamado Saxo Gramático.

Los escaldos eran la versión nórdica de los trovadores y de Gramático, que era danés pese a su nombre (Saxo significa Sajón y Gramático era el apelativo usado posteriormente para designar a los maestros), como de otros muchos, apenas se conoce un exiguo puñado de datos: que pudo nacer en Selandia (la isla más grande de lo que hoy es Dinamarca), que sabía latín y conocía muy bien los clásicos por haber estudiado fuera -quizá en Francia-, que llegó a ser sacerdote y que parte de su saga, la dedicada al príncipe Amleth, es un claro precedente de la historia de Hamlet.

Saxo Gramático visto por Louis Moe/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La Gesta Danorum o Historia Danesa consta de dieciséis volúmenes en prosa latina con poemas intercalados. Los nueve primeros tomos tratan de mitología nórdica mientras que los siete últimos son de historia medieval. No obstante, hay que tener en cuenta que la mayoría de los originales se perdieron y lo que hoy nos quedan son copias y transcripciones, a excepción de los cuatro fragmentos que conserva la Biblioteca Real de Dinamarca: los de Angers (escrito además de su puño y letra), Lassen, Kall-Rasmussen y Plesner.

Pues bien, es en el libro noveno (9.4.1–9.4.11) donde se encuentra el texto dedicado a Lagertha (o Lathgertha o Ladgerda, como también se la suele conocer), donde aparece con unos atributos que recuerdan bastante a los de las amazonas de la mitología clásica, aunque combinada con elementos nórdicos y, muy especialmente, islandeses; recordemos que Saxo Gramático había recibido una formación de ese tipo y que incuso latiniza el nombre del personaje a partir del nórdico original, Hlaðgerðr (Hladgerd).

Página original de la Gesta Danorum (fragmento Angers)/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Según la Gesta Danorum, cuando Frodo (o Frø), caudillo de los suiones suecos, invadió Noruega y mató a Siward, su jarl (título nobiliario vikingo traducible por conde), Ragnar Lodbrok reunió a sus hombres y se puso en marcha hacia allí para vengar ese crimen, ya que Siward era su abuelo.

Al llegar se encontró que Frodo había humillado a las mujeres de la familia real obligándolas a trabajar en un burdel pero algunas, enteradas de la expedición de Ragnar, escaparon y vistiendo ropas masculinas tomaron las armas para luchar a su lado contra el invasor.

De todas ellas sobresalía por su coraje y habilidad como guerrera, una doncella llamada Lagertha “una sorprendente y preparada skjaldmö quien, como mujer, tuvo el coraje de un hombre, luchando al frente entre los más valerosos, con su largo cabello suelto sobre los hombros. Todos se maravillaban de sus insuperables hazañas, su espada sobre la cabeza le traicionaba su condición como mujer”.

La cita de Gramático revela cierto machismo propio de su tiempo y de su condición de religioso (desde su punto de vista tuvo que ser el cristianismo el que pusiera orden en aquellas tierras de mujeres guerreras y paganismo), pero lo interesante es que identifica al personaje como una skjaldmö: una escudera según la tradición de las mitologías nórdica y germánica, en las que esa figura alcanzaría un grado semidivino con las valquirias, las dísir o deidades menores que lideraba la diosa Freya y que en el Vingólf, una de las moradas del tránsito hacia el Valhalla, se ocupaban del restablecimiento de los guerreros caídos en batalla antes de su encuentro con Odín.

La cabalgata de las valquirias, por William Maud/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por supuesto, Ragnar Lodbrok no pudo sino quedarse impresionado con el valor de Lagertha, a la que cortejó. Pero, pese al interés mostrado por ésta, tuvo que superar una prueba inesperada, ya que ella había puesto un oso y un gran perro de caza guardando la puerta de su casa impidiéndole la entrada.

Ragnar mató al plantígrado con su lanza y luego estranguló al can, pudiendo así acceder y pedirle la mano a aquella extraordinaria mujer con quien finalmente se casó y tuvo un hijo, Fridleif, y dos hijas cuyos nombres se desconocen. Sin embargo el matrimonio, que se estableció en Dinamarca, duró poco. Ragnar se divorció para casarse con Thora Borgarhjört (Þóra Borgarhjǫrtr), hija de Herrauðr, jarl de Götaland (una región de Suecia), y que es más conocida por el nombre de Aslaug.

Lagertha regresó a su tierra pero, pese a la separación, ambos mantenían una buena relación y por eso cuando se desató la guerra civil volvió desde Noruega al mando de una flota de ciento veinte barcos para apoyarle.

Ladgerda y Ragnar en la serie televisiva/Foto: Inquisitr

De hecho, su colaboración fue fundamental en la batalla de Laneus porque su proverbial valor sirvió de ejemplo para la tropa y además, en una hábil maniobra táctica, rodeó al enemigo atacándolo por la retaguardia cuando peor estaban las cosas, al flaquear las líneas cuando uno de los hijos de Ragnar había caído herido; Gramático dice que ella voló sobre sus adversarios, asemejándola así otra vez con una valquiria.

Luego, solventada la situación, Lagertha retornó a Noruega. Allí tuvo un enfrentamiento con su marido (se había vuelto a casar) y aprovechó la degradada situación conyugal para matarle y autonombrarse jarl en su lugar: “Usurpó su nombre y su soberanía -cuenta Gramático dejando asomar una vez más su misoginia-, pues esta presuntuosa dama pensó que era más agradable gobernar sin su marido que compartir el trono con él”.

Lagertha en una litografía de Morris Meredith Williams/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo cierto es que hay otras referencias a esta heroína aparte de las de la Gesta Danorum, si bien más escuetas y algo confusas por cuanto la identifican con otros nombres. Por ejemplo, en la saga de Skjöldunga, que cuenta la historia de los reyes daneses de dicha dinastía y mantiene cierta relación con la obra de Gramatico; en ella aparece Hlaðgerðr (el nombre original que comentábamos antes), gobernante de Hlaðeyjar, que envía una veintena de naves en ayuda del rey Halvdan Frodesson, legendario monarca de Selandia.

Esta interpretación mantiene vínculos con otra en la se la asimila a Thorgerd (Þorgerðr Hölgabrúðr), una divinidad nórdica que habría sido humanizada para convertirse en esposa de Haakon Sigurdsson, quien regía Noruega entre los años 975 y 995; como éste residía en Hlaðir, de ahí derivaría el nombre de Hlaðgerðr.

Se da la circunstancia extra de que Gaulardal, o sea, el valle de Gaular, donde Gramático dice que vivía Lagertha, era un centro de culto a Thorgerd y, de hecho, la descripción de ese cronista del personaje acudiendo en auxilio de Ragnar con su melena al viento coincide con la que se hace de la diosa en el Flateyjarbók, un manuscrito medieval islandés también conocido como Codex Flateyensis.

Thorgerd según Jenny Niström/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Puestos a citar fuentes no hay que olvidar las tres sagas principales sobre la historia de Ragnar Lodbrok (Völsunga, Ragnar Lodbrok y Edda), que compuso el escaldo Snorri Sturluson e incluso se podría añadir una línea de estudio más que localiza el origen de la historia de Lagertha en una vieja tradición de los francos, con los que los vikingos daneses mantuvieron una intensa relación, como podría deducirse del nombre de un personaje femenino del siglo X, Luitgarda de Vermandois.

Ésta fue condesa de Normandía por su matrimonio con Guillermo I, que era nada menos que hijo de Hrolf Ganger, también conocido como Rollo. Pero esa ya es otra historia.

Fuentes: Gesta Danorum, libro 9 (Wikisource) / Women in the Viking Age (Judith Jesch) / The world of Vikings (Justin Pollard) / Guts&Glory. The Vikings (Ben Thompson) / The Vikings. The Story of a People (Njord Kane).

Libro recomendado: Mujeres en la era vikinga (Marta Busquets).


Los Caballeros de San Lázaro, los suicidas guerreros leprosos de las Cruzadas

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A menudo parece que las órdenes de caballería se redujeran a una, la tan manida y adulterada del Temple, pero lo cierto es que hubo muchas más y una de las pioneras fue la de San Lázaro de Jerusalén.

Creada siglos antes de las Cruzadas y dedicada inicialmente a asistir a los peregrinos que acudían a los Santos Lugares, después se sumaría a las otras en lo de tomar las armas para defenderlos. Pero lo más significativo de esta institución es que, como indica su nombre, cuidaba especialmente de los leprosos, con la particularidad inaudita de que incluso los admitía en sus filas.

Es difícil hacerse una idea hoy de lo terrible que suponía sufrir ciertas enfermedades para las gentes de otros tiempos. No hablo sólo de males letales como el cólera o la Peste Negra (de cuyos fallecidos se encargaba la orden de los celitas o alexianos), sino de afecciones que, aunque no matasen al paciente, lo convertían en un proscrito, con lo que no sólo debía padecer los síntomas más o menos graves en su organismo sino que además quedaba marginado socialmente.

Hay un ejemplo muy evidente en la Historia: la lepra, cuyos síntomas resultan tan visualmente estigmatizantes que, junto con la posibilidad obvia de contagio, los enfermos eran apartados de la comunidad y/o recluidos en los llamados lazaretos.

Escudo de la orden/Imagen: Mathieu Chaine en Wikimedia Commons

La lepra, aunque actualmente no está considerada especialmente contagiosa gracias a los tratamientos, producía antaño auténtico terror por los nódulos deformantes que provocaba en la piel de quienes la padecían, confiriéndoles un aspecto terrible.

De origen bacteriológico (Mycobacterium leprae o Bacilo de Hansen), aunque relacionada con cierta predisposición genética al parecer, no se le encontró tratamiento hasta el siglo XX por lo que en otras épocas se recurrió al citado aislamiento y a la obligación, por parte del afectado, de llevar unas tablillas que debía hacer chocar entre sí para avisar de su proximidad y permitir que la gente se apartara a su paso.

Ese instrumento era conocido como tablillas de San Lázaro, porque dicho santo fue designado patrón de los leprosos y mendicantes. Y ese nombre se eligió también para bautizar a una de las órdenes hospitalarias que se dedicaba al cuidado de esos enfermos, presuntamente -según cuenta su tradición- desde que en el año 370 San Basilio Magno se proclamara maestre de una leprosería bajo la advocación de San Lázaro, aunque no sería hasta el siglo XI cuando se organizó como orden propiamente dicha.

La Primera Cruzada constituyó el contexto perfecto: Gerardo Tum, fundador de la Orden Hospitalaria y rector del hospital de San Juan de Jerusalén, puso las instalaciones a disposición del conquistador de la ciudad, Godofredo de Bouillon, quien le confirmó como maestre. Luego, se desgajó del hospital un lazareto extramuros.

Un leproso avisa de su presencia haciendo sonar las tablillas de San Lázaro / Imagen Dominio público en Wikimedia Commons

El primer documento que menciona la orden explícitamente es de 1227 (una concesión de indulgencias a quienes donen limosnas al hospital) y en 1255 una bula pontificia confirma que los lazaristas se regirán por la regla de San Agustín. Para entonces, los nuevos caballeros ya habían tomado parte en su primera batalla (Gaza, 1244), muriendo todos los participantes, y siguieron en esa línea en Mansura (1250) y otras campañas, incluyendo la defensa de San Juan de Acre ante los musulmanes.

En el año 1255 la constitución Cum a nobis promulgada por el papa Alejandro IV dotó a aquella orden hospitalaria de estructura militar, pasando entonces a regirse por la regla de San Basilio. ¿Por qué ese cambio? En realidad fue fruto de las circunstancias.

Como decía antes, una de las características insólitas de los caballeros de San Lázaro era que podían ser leprosos (aunque no participaban en la elección del Gran Maestre). Esta enfermedad, cuya infección favorecían las deplorables condiciones higiénicas de la guerra, afectaba a muchos miembros de otras órdenes militares, algo que les incapacitaba para continuar en ellas y encontraban en esta otra una alternativa para seguir con su estilo de vida como monjes guerreros.

Así parece deducirse de la lista de sucesores de Gerardo Tum (que falleció en 1120) y se corrobora en algunos fragmentos del Libro de Reyes del Reino Latino de Jerusalén, donde se especifica que los caballeros de San juan y del Temple que hubieran contraído la lepra debían abandonar sus hábitos para tomar los lazaristas. Consecuentemente se fueron incorporando multitud de caballeros cuyo oficio, básicamente, era el de las armas, transformando o ampliando así el espíritu de su nueva orden.

Gerardo Tum, fundador de los hospitalarios/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El momento de auge de la orden tuvo lugar durante el reinado de Balduino III, joven monarca de trece años que contó con la regencia de su madre Melisenda, ya que uno de los cruzados, el rey Luis VII de Francia, se llevó consigo a su país a un grupo de caballeros lazaristas, que dieron así el salto a Europa.

Más tarde, en 1174, era coronado en Jerusalén Balduino IV, conocido como el Rey Leproso por razones obvias, a quien se atribuye la oficialización del nuevo carácter guerrero de la orden.

Balduino se hacía escoltar en sus campañas (batallas de Beqaa, Montgisard…) por un cuerpo de lazaristas que peleaban obstinadamente hasta la muerte porque al fin y al cabo ése era el destino que les esperaba en caso de derrota, ya que ningún enemigo estaba dispuesto a tener prisioneros con lepra y los ejecutaba inmediatamente.

De ahí la famosa hazaña del caballero Gismond D’Arcy, igualmente leproso, que en pleno combate y viendo que el rey había caído y era rodeado, le cubrió con su cuerpo y se cortó un brazo que arrojó a los atacantes, poniéndolos en fuga aterrorizados ante la idea de contagiarse. En su huida los islámicos abandonaron una bandera con el característico color verde mahometano, que a partir de entonces quedó asociado a la Orden de San Lázaro: una cruz de ese tono sobre fondo blanco..

Caballeros lazaristas / Imagen: st-lazarus.org.uk

Los lazaristas también pueden presumir de haber sido quienes protegieron las reliquias de la Santa Cruz que llevaba el obispo de Acre; lo hicieron en una batalla atroz, la de los Cuernos de Hattin (1187), que poco después permitiría a Saladino tomar Jerusalén.

La orden, que perdió sus posesiones en la ciudad santa, obtendría compensaciones en Acre tras su reconquista en la Tercera Cruzada, levantando un nuevo hospital y otra leprosería, y construyendo varios castillos. Se abrió un período de enriquecimiento que terminó abruptamente en 1244, cuando los cruzados recibieron una nueva y contundente derrota que supuso el exterminio de todos los lazaristas. Esta elevada mortandad entre los miembros de la orden se debía al motivo antes apuntado y se repetiría más veces a lo largo de su historia, como volvió a pasar en la defensa -y pérdida- de Acre en 1291.

Los escasos supervivientes que quedaban en Palestina se fueron a Europa, de cuyas fronteras ya no saldría la institución. Bajo la protección del monarca Felipe el Hermoso (el Capeto, no el de Borgoña) adoptó las formas que aún conserva en la actualidad, si bien no abandonaron las armas pues lucharon en el ejército de Juana de Arco.

El mayor peligro, no obstante, vino del intento del papa Inocencio VIII de unificar todas las órdenes en una bajo la adscripción a la de Malta; la Corona francesa eludió cumplir la orden de disolución y siguió manteniéndose ese vínculo entre lazaristas y reyes galos.

En la actualidad la orden sigue existiendo pero, evidentemente, ha abandonado la parte militar para centrarse en el cuidado de los enfermos; todos, no sólo los de lepra, pues de todas formas esta afección va siendo dominada y reducida poco a poco.

Fuentes: Gran Priorato de España de la Orden de San Lázaro / Leper Knights. The Order of St Lazarus of Jerusalem in England, C. 1150-1544 (David Marcombe) / Las órdenes militares: realidad e imaginario (María Dolores Burdeus, Elena Real y Joan Manuel Verdegal) / An abridged history of the Order of Saint Lazarus of Jerusalem (Charles Savona-Ventura).

Julianus, el dominico viajero que encontró la Hungría Magna y advirtió a Europa de la invasión tártara

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En el año 1695, un jesuita que investigaba la historia de Hungría en los archivos vaticanos, se topó con una serie de valiosos documentos sobre el tema.

Narraban los viajes realizados por un monje llamado Julianus a esa confusa zona en la que se funde la parte oriental de Europa con la occidental de Asia durante la Edad Media, reportando un encuentro con un pueblo de habla húngara y una inminente invasión tártara.

El Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum, nombre oficial de lo que normalmente conocemos como Archivos del Vaticano, es tan vasto en tamaño que, dicen, si se alinearan sus estanterías cubrirían una longitud de ochenta y cinco kilómetros.

Es posible que el dato no sea exacto pero no cabe duda de que sus fondos bibliográficos sí resultan contundentes, fruto de la producción, recopilación y conservación de documentos desde su fundación oficial en 1610, aunque en realidad ya funcionaban secciones desde el siglo IV.

Constituye, pues, un lugar especialmente apropiado para la investigación -aunque sólo una parte esté abierta al público- y no es de extrañar que de vez en cuando se encuentren documentos excepcionalmente curiosos.

Martín Cseles, que tal era el nombre del jesuita historiador, había nacido en 1641 en Rosindol (Rózsavölgy), un pueblo que hoy forma parte de Eslovaquia. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1657, estudiando filosofía, teología y Derecho Canónico para ser destinado a Roma unos años después, al servicio del cardenal Kollonich Lipót Esztergom.

Archivos vaticanos/Foto: Vatican Tabloid

Paralelamente, Cseles había sido nombrado rector de la Universidad de Nagyszombat y en 1695 se encontraba nadando entre legajos para documentarse sobre la historia de Hungría Magna cuando apareció aquella inédita obra del hermano Julianus, de gran utilidad para entender mejor los aspectos geográfico y etnográfico del trabajo.

Julianus fue un dominico, probablemente de origen húngaro, que viajó en dos ocasiones a Asia Central en misión diplomática, de investigación y seguramente también de espionaje por encargo del rey Béla IV.

La primera la hizo entre 1235 y 1236, partiendo en primavera desde la aldea de Újfalu en compañía de otros tres religiosos cuyos nombres (excepto uno, Gerhardus) no han trascendido al morir durante el trayecto (otra versión habla de que dieron la vuelta por desacuerdo).

Con la intención de encontrar lo que se conocía como Ungaria maior o Ungaria magna, el territorio original de los magiares, Julianus y Gerhardus pasaron por Constantinopla, por el llamado Reino Cristiano de Sichia (quizá Escitia, cuyo rey, relató, tenía un centenar de esposas) y el Mar Negro, descansando unos meses en Torginkán.

Luego se pusieron en marcha otra vez y algo más de un mes después llegaron a una ciudad musulmana denominada Bunda, donde Julianus se quedó sólo por el fallecimiento de su compañero.

El rey Béla IV de Hungría/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ello no le disuadió de su misión y continuó adelante. Así alcanzó Bashkiria, la conocida como Bulgaria del Volga, una región situada entre las actuales repúblicas de Tartaristán y Chuvasia (que forman parte de la Federación Rusa).

En la parte este de ese lugar una mujer húngara le indicó que a dos jornadas más habitaba un pueblo de esa lengua. Por supuesto, Julianus continuó en la dirección indicada y, en efecto, descubrió un pueblo cuyas gentes hablaban húngaro; presumiblemente, se quedaron atrás durante las migraciones hacia Europa cinco siglos antes, cuando por la región se fueron cruzando sucesivamente los magiares, los búlgaros del Volga y los túrquicos.

Hoy se cree que los primeros se escindieron en dos grupos entre la segunda mitad del siglo VIII y mediados del IX, siguiendo uno la emigración hacia el sur mientras el otro quedaba asentado en la Ungaria magna; la que Julianus acababa de hallar por fin.

Emigraciones magiares/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El dominico retornó a su país para informar al rey, quien le encargó un nuevo viaje para profundizar en el estudio de los húngaros del Este y establecer relaciones diplomáticas con ellos. El periplo se desarrolló entre 1237 y 1238 pero no se pudo cumplir la misión porque en ese tiempo la situación había cambiado completamente en Bulgaria del Volga al haber caído en poder de los tártaros.

Para ser exactos los mongoles (en esa época se los designaba tártaros genéricamente), que estaban liderados por un nieto de Gengis Khan llamado Batú Khan, gobernante de la llamada Horda Azul (uno de los dos kanatos en que se dividió el Imperio Mongol; el otro era la Horda Blanca, dirigido por su hermano mayor Orda Khan).

Batú habían empezado una campaña con el objetivo de conquistar Europa dirigida por el prestigioso general Subotai, cuyas tropas avanzaron apoderándose de todo cuanto encontraban a su paso: parte de Rusia, Polonia, la zona del Danubio y Transilvania, tras lo cual incluso derrotaron a Béla y continuaron arrasando Bohemia, Dalmacia y Austria, originando así un nuevo e ingente kanato denominado la Horda de Oro. Sólo la muerte en 1242 de su tío Ogodei, el Gran Khan, interrumpió aquella oleada imparable porque Batú intentó sucederle y su atención se desvió hacia Asia.

Béla IV huyendo de los tártaros/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Durante esos acontecimientos, Julianus no pudo encontrar esta vez a los húngaros orientales, quizá exterminados por los mongoles. De hecho, Batú le encargó trasladar a la corte de Béla el ultimátum de rendición que, como vimos, fue rechazado y terminó con una derrota en la batalla de Mohi (1241) tan estrepitosa que la familia real tuvo que huir y refugiarse en Austria.

Julianus escribió el relato de su primer viaje con la ayuda de un amanuense llamado Riccardus; al parecer se envió una copia a Roma, para el papa Gregorio IX, que fue la que encontró Martín Cseles.

La narración del segundo viaje ya la hizo Julianus en solitario titulándola Levél a tatárok életéről (Carta sobre la vida de los tártaros) porque a falta de nueva información sobre la Hungría Magna se centró en describir a los invasores mongoles.

Se desconoce que fue de la vida de Julianus a partir de ahí, pero su odisea personal contribuyó de forma decisiva al posterior éxito del estudio de Cseles y de guía para un viaje que otro monje, Guillermo de Rubruk, realizaría por esos lares unos años después. Pero ésa es ya otra historia.

Los viajes de Julianus/Imagen: Fz22 en Wikimedia Commons

Fuentes: A Divided Hungary in Europe. Exchanges, Networks and Representations, 1541-1699 (Gábor Almási, ed) / Papal Envoys to the Great Khans (Igor de Rachewiltz) / The Medieval Hungarian Historians. A Critical and Analytical Guide (Carlile Aylmer Macartney) / Storm from the East. From Ghengis Khan to Khubilai Khan (Robert Marshall) / Wikipedia.

Libro recomendado: Historia de Hungría (Miguel de Ferdinandy)

Rubruquis, el monje franciscano que recorrió Asia y se encontró con el Gran Khan antes que Marco Polo

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Willem van Ruysbroeck fue un monje franciscano, más conocido en España como Guillermo de Rubruquis, enviado por el rey de Francia como embajador ante el Gran Khan.

Días atrás narrábamos los viajes de Julianus, un dominico que en la Edad Media recorrió Europa del Este en busca de la Magna Hungría y dio con ella, pero cuando regresó en un segundo intento se encontró con una oleada de invasores mongoles y éstos le encomendaron llevar un ultimátum a su país, entre otras muchas aventuras. Década y media después Rubruquis siguió siguió el itinerario descrito por Julianus.

Para ser exactos se llamaba Willem Van Ruysbroeck y era flamenco, nacido en Rubrouck (una ciudad que actualmente está en el extremo norte francés) en torno al 1220.

Si su predecesor llevaba el hábito de los dominicos, Rubruquis vestía el franciscano y entró al servicio del monarca galo Luis IX, a quien acompañó en la Séptima Cruzada que éste encabezó entre 1248 y 1254 como agradecimiento a Dios por salvarle de la muerte el año anterior, cuando estaba enfermo de malaria.

La campaña tenía como objetivo conquistar Egipto para presionar desde allí a los musulmanes, que habían reocupado Jerusalén tras finalizar la tregua de diez años que siguió a la Sexta Cruzada. Pero las epidemias y el hambre se cebaron con las tropas cristianas y la aventura terminó con una derrota estrepitosa, de la que Luis y los suyos se libraron pagando un enorme rescate y retirándose.

La ruta de Rubruquis/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Entretanto, Rubruquis se había convertido en un experto geógrafo, buen conocedor de clásicos como la obra De mirabilibus mundi de Cayo Julio Solino entre otras. Esta formación teórica, junto con la experiencia de Egipto, le parecieron al rey un buen currículum para encomendarle una importante misión: marchar a Asia al encuentro de los mongoles como su embajador y, de paso, intentar convertirlos al cristianismo; si Luis no había podido devolver el favor divino echando a los infieles de los Santos Lugares, al menos trataría de ganar almas.

El franciscano se trasladó desde Acre a Constantinopla acompañado de otro fraile llamado Bartolomé de Cremona, además de su asistente Gosset y un intérprete árabe de nombre Abdullah pero cuyo significado (Siervo de Dios) latinizaron como Homo Dei. Desde la capital bizantina se pusieron en marcha el 7 de mayo de 1253 siguiendo la misma ruta emprendida por el húngaro Julianus, descrita en su primer episodio por el amanuense Riccardus y el resto de su mismo puño y letra bajo el título Levél a tatárok életéről (Carta sobre la vida de los tártaros).

Viajando hacia Oriente atravesaron en barco el Mar Negro para llegar a Crimea, donde los genoveses habían establecido una factoría comercial. Luego, desde Soldaia, fueron al otro extremo de la península y continuaron en dirección noreste en una carreta de bueyes, entrando en Tartaria; era una vasta región que se extendía entre el Mar Caspio, los montes Urales y el océano Pacífico, abarcando parte de las actuales Ucrania, Rusia, Turquestán, Mongolia, Manchuria e incluso Siberia.

Luis IX embarcando en la Séptima Cruzada/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La expedición estaba entonces en la Tartaria Moscovita, la más occidental, abriéndose ante ellos la inmensa estepa, un territorio que por entonces estaba integrado en la Horda de Oro, el gran kanato formado unos años antes a partir de las conquistas de Batú Khan, el nieto de Gengis.

Rubruquis y sus compañeros cruzaron el Don y nueve días más tarde entablaron contacto con Sartak Khan, el gobernante de la Horda de Oro, quien al ser cristiano nestoriano, una corriente desgajada en el siglo V y considerada herética por Roma, les recibió bien y les extendió un salvoconducto para visitar a su padre, Batú Khan, señor de la región del Volga.

Ante él se presentaron poco después, aprovechando todo ese tiempo para apuntar lo que veían: geografía, costumbres, gastronomía… Batú también les recibió cordialmente pero se negó a convertirse; en cambio, les autorizó a presentarse como embajadores ante el Gran Khan, que en aquellos tiempos era Möngke, otro nieto de Gengis y hermano del famoso Kublai, y que se había aupado en el trono en 1251 gracias precisamente al apoyo de Batú.

Como Möngke había invertido la dirección de la expansión mongola, centrándose en China en vez de Europa (de hecho moriría en 1259 en una campaña contra los chinos), el ámbito de sus dominios se extendía de forma inacabable hacia Oriente.

Audiencia con Mongke Kan, ilustración de un manuscrito en la Biblioteca Nacional de Francia / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Así, el monje flamenco volvió a los caminos internándose en Asia Central; Julianus no había llegado tan lejos pero ahora seguía el itinerario que anteriormente había abierto otro fraile más, el italiano Giovanni da Pian del Carpine. Tras cruzar los ríos Ural e Ilí, dejar atrás las ciudades de Ecquius y Cailac, pasar junto al lago Baikal y atravesar Imil (lo que hoy es Kazajistán) alcanzó la urbe de Ulus a principios de 1254.

Allí descubrió que había una pequeña comunidad nestoriana protegida por el propio Möngke y luego siguió hasta la capital, Karakorum, a donde habían llevado la fe cristiana dos misioneros pocos años antes (Ascelin de Lombardía en 1245 y André de Longjumeause en 1249) y se desarrollaban intensos debates teológicos -con moderador y todo- entre las tres grandes religiones asentadas en esa parte del mundo (cristianismo, budismo e islamismo); el propio Rubruquis participó en alguna mientras seguía tomando notas de cuanto veía y fue recibido por el Gran Khan.

Rubruquis permaneció allí hasta el verano. Luego, como si los nueve mil kilómetros recorridos no fueran suficientes, emprendió el regreso a Francia con la respuesta de Möngke sobre la oferta de conversión; negativa, evidentemente, y además exigiendo vasallaje del rey francés. Partió el 10 de julio -curiosamente dos meses antes de que naciera otro célebre viajero que alcanzaría la fama, Marco Polo- y tardó un año en llegar a Trípoli por un camino distinto al de ida, bordeando el Mar Caspio hacia el sur y dejando atrás Caucasia, Persia, Armenia y Chipre.

Cuando por fin se presentó ante Luis IX le entregó un fascinante relato titulado Itinerarium fratris Willielmi de Rubruquis de ordine fratrum Minorum, un compendio en cuarenta capítulos de geografía, antropología y etnografía del país de los mongoles -aparte de su experiencia personal- y en el que daba cuenta de un importante descubrimiento: el Caspio era un mar interior y no el resultado de un caudal procedente del Ártico, como se creía.

El Itinerarium, a menudo conocido de forma más sencilla como Viaje por el Imperio mongol es un libro considerado a la altura de Il milione de Marco Polo, aunque sin las fantasías que, paradójicamente, hicieron que éste fuera más popular.

Fuentes: William of Rubruck’s Account of the Mongols (Rana Saad) / The ‘book’ of Travels: Genre, Ethnology, and Pilgrimage, 1250-1700 (Palmira Johnson Brummett) / Mission to Asia (Christopher Dawson) / The Journey of William of Rubruck to the Eastern Parts of the World, 1253-55 (la obra de Rubruquis traducida al inglés) / Wikipedia

Libro recomendado: The texts and versions of John de Plano Carpini and William de Rubruquis as printed for the first time by Hakluyt in 1598 (VVAA).

Floki, el excéntrico personaje de la serie televisiva Vikingos, ¿existió realmente?

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Uno de los personajes más singulares de la exitosa serie televisiva Vikingos es Floki, al que interpreta el actor sueco Gustaf Skarsgård (hijo del célebre Stellan Skarsgård, que se ha hecho muy popular con películas como Mamma mía o Los Vengadores).

Floki, fiel amigo de Ragnar Lodbrok para quien construye el barco especial con que la expedición de éste consigue llegar a Inglaterra, posee una excéntrica personalidad que combinada con su firme devoción por los dioses tradicionales hace de su presencia los momentos más peculiares de la serie. La pregunta es ¿existió este personaje?

Y la respuesta, que además sería aplicable a otros compañeros suyos, es que ni sí ni no sino todo lo contrario. Los creadores de la serie han explicado alguna vez que la inspiración fue el dios Loki y, al parecer, el propio actor partió de esa idea, una divinidad encarnada, para afrontar su papel.

Efectivamente, Loki tenía una serie de características que son reconocibles en Floki, más allá de la similitud en el nombre (cuya etimología, por cierto, se ignora): gracioso, burlón, extravagante, tramposo… Solía cambiar de forma física para sus hacer sus chanzas y engañaba a sus propios compañeros suprahumanos.

El burlón Loki/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La mitología nórdica plasmada en los Eddas (unas recopilaciones de leyendas islandesas en prosa, parte de las cuales compuso el famoso escaldo Snorri Sturluson) cuenta que Loki era hijo de Farbati y su esposa Laufrey, dos gigantes, y tenía dos hermanos llamados Helblindi y Býleistr.

Sin embargo no se ha encontrado rastro de su culto, por lo que muchos autores consideran que su naturaleza no era exactamente divina, al menos al mismo nivel que la de Odín (que no obstante le consideraba un hermano), Thor o Freyja, por ejemplo. Un dios menor, pues, que se casó con Angrboda, quien le dio tres hijos (Fenrir, Jörmundgander y Hela), aunque luego tuvo otros dos (Narfi y Váli) con su segunda mujer, Sigyn.

Loki cayó en desgracia al matar a Balder, vástago de Odín, resentido porque a causa de una pesadilla mortuoria de éste se había encerrado a sus hijos para prevenir que nadie le hiciera daño. Entonces huyó de la furia de los dioses y esta parte de su historia es interesante porque se refleja en la serie, humanizada, con Floki de protagonista: tras intentar asesinar a Ragnar por su condescendencia con el cristianismo, Floki escapó a los montes y pese a que les da esquinazo varias veces ocultándose bajo el agua de un río (en paralelo al mito, en que se convierte en salmón).

Finalmente fue atrapado y castigado atándosele entre dos rocas; en la mitología se usan como ligaduras los intestinos de sus hijos, pues la venganza alcanzó a toda su estirpe de una forma u otra. Más tarde, Loki conseguiría liberarse y acudir al Ragnarök, la batalla del fin del mundo, una especie de Armagedón.

El castigo de Loki/Imagen: Apriv40dj en Wikimedia Commons

De todo esto puede deducirse que el Floki de la televisión es ficticio. Ahora bien, lo cierto es que hubo un personaje histórico llamado Floki Vilgerdsson (Hrafna-Flóki Vilgerðarsson en versión islandesa) que vivió en el siglo IX y alcanzó cierta notoriedad por haber sido el primer escandinavo que alcanzó Islandia premeditadamente.

Hay una teoría que apunta a que la isla ya había sido pisada con anterioridad, en el siglo VIII (o incluso antes), parece ser que por monjes cristianos procedentes del norte de Gran Bretaña, pero como éstos se fueron al llegar los vikingos y no ha quedado registro arqueológico de su paso, hay que irse al año 874 d.C. para encontrar la primera colonia estable, dirigida por Ingólfur Arnarson.

Subrayo lo de estable porque hubo colonias previas, como la de Gardar Svavarsson, que se asentó allí temporalmente al poco de que Naddoddr, un vikingo de las islas Feroe, descubriera aquel pedazo de tierra en medio del océano en el 860 bautizándolo con el nombre de Snæland (Tierra de la Nieve). El matiz es que Nanoddr llegó por azar mientras que Floki Vilgerdsson viajó allí intencionadamente.

Expediciones vikingas a Islandia/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Su periplo lo cuenta el Landnámabók (Libro del Asentamiento o Establecimiento), un manuscrito islandés del siglo XII que es fundamental para conocer esa parte primigenia de la historia de la isla. Floki era hijo de Vilgerd Karadatter y por tanto nieto de Horda-Kåre Aslaksson, caudillo del reino noruego de Hordaland, pero se le consideraba un víkingr mikill, es decir, un inadaptado, tal cual refleja la serie, en la que vive aparte y se mantiene radicalmente fiel a la fe tradicional.

Buscando un lugar donde establecerse por su cuenta oyó hablar de nuevas tierras hacia occidente a las que llamaban Garðarshólmi, así que se embarcó junto a su mujer Gró y sus hijas Oddleifur y Þjóðgerður, zarpando de Rogaland. Tras una escala en las Islas Shetland, donde una de las niñas se ahogó por accidente, llegó a las Islas Feroe. Allí casó a su otra hija y se hizo con tres cuervos que debían ayudarle a encontrar Garðarshólmi.

Edición de 1688 del Lándnámabók/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Efectivamente, puesto de nuevo en camino y a la manera de Noé, una de las aves regresó a las Feroe y otra voló brevemente para posarse otra vez en el barco pero la tercera se perdió de vista en dirección noroeste y no regresó, apuntando así el rumbo a seguir.

Por ello, Floki se ganó el apodo de Hrafna, que significa Cuervo. No está claro en qué año fue pero por fin divisó tierra, una bahía que llamó Faxaflói y que está frente a la actual capital, Reykjavík. Floki no viajaba sólo con su familia sino con las de otros compañeros como Herjolf, Faxe y, sobre todo, Þórólfur Þorsteinsson (nieto de Grímur Kamban, primer colonizador de las Feroe), al que más tarde se conocería por el mote de Smjör (Mantequilla) en alusión a una frase con la que describía la tierra descubierta. Levantaron un poblado en Vatnsfjörður (actualmente una reserva natural cercana a Barðaströnd) y exploraron la isla.

Como su arribada coincidió con un verano expléndido, cuando llegó el durísimo rigor invernal estaban bien preparados para afrontarlo. No obstante, la primavera tardó en presentarse y entretanto aprovecharon para explorar el territorio.

Cuenta el Landnámabók que en ese lapso de tiempo Floki ascendió a la cumbre de la montaña más alta que encontró, que los expertos creen que pudo ser el Nónfell (una colina de 473 metros situada en los Fiordos del Oeste), y desde allí contempló todo el contorno, incluyendo el gran fiordo Ísafjörður, que por entonces aún conservaba su morfología glaciar y estaba lleno de hielo en movimiento. Al parecer, la visión de Ísafjörður fue lo que incitó a Floki a rebautizar la isla con el nombre de Ísland (o sea, Islandia, Tierra del Hielo).

Pese a todo, los escandinavos no quedaron muy contentos con la dureza climática de Islandia ni con el escaso provecho que le sacaban a la tierra, así que terminaron recogiendo sus cosas y regresando a Hordaland. Sus descripciones no fueron muy positivas pero el caso es que Floki volvió a hacer gala de su culo inquieto y de nuevo se echó a la mar para retornar a su isla, de la que no sólo ya no se movió más sino que terminó sus días ejerciendo de goði, una especie de sacerdote con atribuciones políticas extra.

Fuentes: Los vikingos en la historia (F. Donald Logan)/Chronicles of the Vikings. Records, Memorials and Myths (Ian Page)/The World of Vikings (Justin Pollard)/Iceland. The Bradt Travel Guide (Andrew Evans)/El evangelio según Loki (Joanne M. Harris)/The Book of Settlements. Landnámabók (en inglés).

El espeluznante asedio de Suiyang, cuando el canibalismo acabó con más de 20.000 habitantes

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Los asedios prolongados a ciudades casi siempre dieron lugar a situaciones límite de hambre y epidemias que terminaron diezmando a la población -a veces, también a los sitiadores- y generando comportamientos extremos motivados por la necesidad.

Uno de los comportamientos más execrables, por su condición de tabú ancestral para el Hombre, es el recurso al canibalismo, del que ya hablamos anteriormente en un artículo dedicado a la toma de Maraat durante la Primera Cruzada. Otro que causó una gran impresión fue el que tuvo lugar en la Batalla de Suiyang, China, durante la Rebelión de An Lushan.

Esta insurrección tuvo lugar en la segunda mitad del siglo VIII, en la época de la dinastía Tang. Los Tang habían sucedido a los Sui y otorgaron a China un período de esplendor; expansión de las fronteras, introducción de arqueros a caballo en el ejército, adopción oficial del budismo, desarrollo de la imprenta…

Una edad de oro de la literartura y las artes, y el desarrollo de un eficiente funcionariado público fueron algunas de las características de la dinastía Tang -especialmente de su mejor representante, el emperador Li Shi Min, también conocido como Taizong- que favorecieron el enriquecimiento del pueblo y un extraordinario incremento de su nivel de vida.

El emperador Li Shi Min/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero tras el auge suele venir la decadencia y ésta se presentó a mediados del citado siglo en forma de declive militar e inestabilidad económica. Los caudillos locales aprovecharon el empobrecimiento general para concentrar las tierras en sus manos y acrecentar progresivamente su poder en detrimento del central hasta que uno de ellos se consideró lo suficientemente fuerte como para encabezar un golpe de estado apoyado por la corte, aprovechando la derrota del ejército imperial ante los árabes en la Batalla de Talas y la consiguiente abdicación de Xuanzong en su hijo Suzong.

Se trataba de An Lushan, un gobernador de ascendencia sogdiana y turca que se autoproclamó emperador en el año 756 y conquistó la capital oriental, Chang’an, fundando la dinastía Yan. Estando en plena cima del poder, en enero del año 757 fue asesinado por su propio hijo, An Qingxu.

Presunto retrato de An Lushan/Imagen: Quora

Pero el parricida no llevó a cabo el crimen por lealtad a los Tang sino por ocupar el lugar de su padre frente a ellos, así que continuó la lucha ordenando al general Yin Ziqi poner sitio a la ciudad de Suiyang, que era la pieza clave para dominar toda la región al sur del río Yangtsé.

Un colosal ejército de ciento treinta mil hombres, resultado de juntar los contingentes de Ziqi y de otro militar rebelde llamado Yang Chaozong, rodeó la urbe. Consciente de su apurada situación, el gobernador, Xu Yuan, pidió ayuda al general Zhang Xun, muy prestigioso por su participación en la Batalla de Yongqiu y que accedió a enviársela; aún así sólo fue posible reunir siete mil efectivos. Xun se encargó de organizar la defensa mientras Yuan, un administrador, se ocupó de la intendencia.

El ejército Yan rodeó Suiyang y se encontró con una dura resistencia en la que descollaban las inusuales tácticas ideadas por Xun, como hacer sonar los tambores de noche para simular ataques y obligar a los sitiadores a estar constantemente en guardia, interrumpiendo su sueño.

Al cabo de un tiempo, los soldados Yan terminaron por confiarse e ignorar los redobles, momento que aprovecharon los de dentro para salir en una incursión devastadora. No obstante, el número abrumador de enemigos rebajaba la efectividad de esas acciones, por lo que Xun planeó matar a Yin Ziqi para dar un golpe que verdaderamente afectara a su moral.

Dado que no era fácil reconocerle desde las murallas, ordenó a sus arqueros disparar matojos en vez de flechas; los sitiadores, extrañados, corrieron a enseñarle a su general aquellos insólitos e inofensivos proyectiles, delatando su posición y provocando, sin pretenderlo, su identificación por los arqueros, que dispararon sobre él y esta vez con flechas. Una hizo blanco en su ojo izquierdo, dejándole fuera de combate por un tiempo.

Zhang Xun/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Esos osados golpes y lo infructuoso de los ataques, que le hizo perder veinte mil hombres en apenas dos semanas, afectaron ciertamente el ánimo del ejército Yan, que tuvo que retirarse para descansar. Eso sí, regresó dos meses después y con nuevos efectivos para cubrir las bajas.

Tampoco Xu Yuang se había quedado inactivo y empezó a solicitar ayuda a las provincias de los alrededores con el objetivo de reunir provisiones con las que poder resistir un año. Sin embargo, los gobernadores se mostraron reacios a colaborar, bien porque simpatizasen con los rebeldes -que solían otorgarles un trato bastante bueno y mantenerles en sus puestos si se rendían-, bien por temor a ellos -cuando se resistían la cosa cambiaba radicalmente- o bien por celos de Zhang Xun, de manera que cuando Suiyang volvió a quedar sitiada no había conseguido víveres.

De hecho, al llegar el verano la escasez fue tan grande que las raciones diarias se redujeron a una pequeña taza de arroz mezclado con hojas de té, corteza y papel que sólo podía complementarse comiendo hierbas, raíces y todo animal disponible: primero los ya innecesarios caballos, luego otros menores -aves, ratas- y finalmente hasta los insectos.

Enterado de la dramática situación en la ciudad, Yan Ziqi ordenó ataques directos, algunos encaminados a derribar las murallas y hasta arrancar las puertas enganchándolas a carros, pero todos fueron rechazados.

Al cabo de un mes se agotaron los singulares complementos dietéticos mencionados y hubo que mandar emisarios que, rompiendo el cerco, pidieran ayuda militar y alimentaria a otros sitios.

Se cuenta que uno de dichos enviados, el heroico oficial Nan Jiyun, consiguió llegar a Linhuai pero el gobernador no se mostró muy colaborador, aunque a él le ofreció un banquete; indignado, Jiyun rechazó la invitación y se cortó un dedo para dejárselo como demostración de su fallida misión (según otra versión, se lo mordió). Ese acto hizo cambiar de opinión al gobernador, que accedió a que se llevara tres mil guerreros.

Sin embargo, sólo un tercio logró burlar el cerco y entrar en Suiyang. Por otra parte, aquellos refuerzos venían bien para cubrir bajas pero no sólo no solucionaban el acuciante problema de la comida sino que lo agravaban porque eran mil bocas más que alimentar; pero los defensores de la ciudad confiaban en que el emperador les enviaría ayuda, dado que la caída de la urbe supondría una catástrofe estratégica.

Xianzong y Suzong, padre e hijo, los dos emperadores Tang/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue entonces, ante la carencia absoluta de algo que llevarse a la boca, cuando las crónicas chinas reseñan el recurso al canibalismo. “Los habitantes entregaron a sus hijos para comer y cocinaron los cadáveres (…) Zhang Xun Sacó a su concubina y la mató delante de sus soldados para alimentarlos” cuentan los libros de Tang, ordenándoles que comieran su carne ante su reticencia, para más tarde hacer lo mismo con sus sirvientes y seguir así con los que no eran combatientes, como los ancianos, las mujeres y los niños.

Es difícil verificar las cifras y condiciones que cita el susodicho libro, que habla de veinte a treinta mil personas devoradas pues buena parte de ellas seguramente corresponderían a los caídos en la lucha o los muertos por causas diversas. Lo verdaderamente sorprendente es que, al parecer, todos aceptaron la terrible iniciativa como un mal necesario, sin rechistar ni intentar organizar algún motín en favor de la rendición.

El caso es que Suiyang cayó finalmente en octubre de ese año y cuando el ejército Yan entró únicamente quedaban cuatrocientos defensores, todos desfallecidos, sin fuerzas ya para hacerles frente. Yin Ziqi, que admiraba el valor demostrado por Xu Yuan y Zhang Xun, intentó convencerles para que se unieran a su bando pero ante la rotunda negativa recibida terminó ejecutándolos junto a sus oficiales.

Con aquella victoria los rebeldes se adueñaron del sur de China durante dos años pero, entretanto, el tiempo ganado por la resistencia de Suiyang y el privarles de auxilio permitió al emperador Suzong contar con recursos para reunir tropas hasta alcanzar un número de ellas suficiente para hacerles frente y contraatacar. Así, cambió la hasta entonces victoriosa marcha de la rebelión Yan y la aplastó definitivamente en el año 763.

Fuentes: China, una nueva historia (John King Fairbank)/Breve historia de la China milenaria (Gregorio Doval Huecas)/Imperial Chinese Military History-8000 BC-1912 AD (Marvin C. Whiting)/An End To Murder (Colin Wilson y Damon Wilson)/Essays on Tʻang Society. The Interplay of Social, Political and Economic Forces (John Curtis Perry y Bardwell L. Smith)/Libro Antiguo de Tang y Libro Nuevo de Tang
Wikipedia

Historia de dos amantes, la novela erótica que daría fama al papa Pío II

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“El amor lo conquista todo; cedamos ante el amor”. Esta bella frase pertenece a una de las obras literarias más populares del siglo XV, todo un best seller de aquella época de cambio que fue la transición de la Baja Edad Media al Renacimiento.

Historia de duobus amantibus o Historia de dos amantes, que tuvo nada menos que teinta y cinco ediciones antes del año 1500 sin contar el millar de copias manuscritas.

Pero lo realmente curioso de ese texto es no tanto su éxito como su autor; se llamaba Aeneas Sylvius Piccolomini y pasaría a la posteridad con el nombre de Pío II, tras ser elegido Papa.

Eneas Silvio Piccolomini nació en 1405 en Corsignano, un pueblo de la Toscana rebautizado hoy como Pienza y que entonces era uno de los rincones estratégicos de aquel complejo puzzle de alianzas y enemistades que era el norte de Italia.

Su familia tomó parte en ese juego, combatiendo su padre al servicio de los Visconti milaneses. Gracias a ello pudo comprar unas tierras con las que intentar dejar atrás los problemas económicos que les atenazaban desde un tiempo atrás, algo indigno de su sangre nobiliaria.

Eneas sólo era uno más entre muchos hermanos (¡dieciocho!), aunque la mayoría fueron falleciendo y ello le permitió poder desplazarse a Siena para estudiar leyes, si bien luego seguiría en la universidad de Florencia. Tuvo ilustres maestros que le inculcaron el interés por las humanidades, pasando éstas a ser su gran afición de manera que se convirtió en un gran latinista que incluso componía poemas en esa lengua e impartía clases por cuenta propia.

Piccolomini presentando a Leonor de Portugal al emperador Federico III (Pinturicchio)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1431 fue contratado como secretario por el obispo Doménico Capranica, al que acompañó al Concilio de Basilea y en otros muchos viajes por Europa: Francfort, Borgoña, Inglaterra, Escocia… siempre ejerciendo labores diplomáticas en diversas cuestiones; entre ellas figuraba especialmente la mediación de conflictos, caso de la Guerra de los Cien Años o el Cisma de Oriente, aunque también intentó alentar un levantamiento escocés contra los ingleses en beneficio de Francia. Gracias a todo ello obtuvo reconocimiento y se le concedieron importantes dádivas.

Tras estar a punto de morir de peste en 1429 se fue a Estrasburgo al servicio del antipapa Félix V, cuya legitimidad había poyado; en esta ciudad engendró con una mujer casada un hijo (que apenas sobrevivió más de un año), al igual que había hecho antes en Escocia.

Él mismo reconocería sus muchas aventuras amorosas, tan intensas como efímeras ya que luego le “causaban gran fastidio” según sus propias palabras, y no hay que olvidar que había encaminado su vida hacia la vocación religiosa.

De hecho, luego le contrató el emperador Federico III para negociar su boda con la portuguesa Leonor, medió con los husitas y se le encargó tratar de conciliar primero a la Sente Sede con el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que le hizo ganarse por fin la dignidad sacerdotal; tenía cuarenta años.

El papa Nicolás V, que había sido su compañero de estudios décadas atrás, le nombró obispo de Trieste en 1447 y de Siena dos años después. Luego, en 1456, Calixto III le ascendió al cardenalato en lo que fue una carrera realmente meteórica.

Probablemente ninguno de los dos imaginaba que poco más tarde, en 1458, Eneas sería elegido nuevo pontífice. Fiel a su currículum, continuó su labor conciliadora con los inacabables conflictos políticos italianos mientras, lógicamente, atemperaba sus anteriores posiciones contra el exceso de autoridad de la Santa Sede.

Pío II por Pinturiccio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En el trono de San Pedro desarrolló una larga labor legisladora con muchas paladas de cal (canonización de San Vicente Ferrer, mediación entre Federico III y el rey húngaro Matías Corvino, fundación de la Universidad de Basilea o la declaración de la esclavitud como un crimen) y algunas de arena (favoreciendo con cargos y riqueza a sus familiares, rebautizando su localidad natal como Pienza en su propio honor u ofreciendo al sultán Mehmet II el Imperio Bizantino a cambio de su conversión al cristianismo, lo que ofendió al aludido y desató una guerra).

Pío II enfermó de fiebres cuando visitaba Ancona, a donde se había desplazado para animar a húngaros y venecianos, aliados contra los turcos, muriendo el 14 de agosto de 1464. Su legado es patente y visible en Corsignano, donde no se limitó a cambiarle el nombre sino que promovió la construcción de numerosos edificios al gusto renacentista.

Para ello contrató a los ilustres arquitectos Bernardo Gambarelli y León Battista Alberti, que erigieron el Duomo -consagrado por Pío II en persona en 1462-, uno de los principales atractivos del lugar junto con el Palazzo Piccolomini. Por ese embellecimiento urbanístico, Pienza forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1994.

El Palazzo Piccolomino de Pienza/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, lo que ha hecho a este papa ganarse un hueco especial en la Historia es su producción literaria previa. Como buen humanista tocó varios géneros, desde la crónica histórica (Historia rerum Federici III imperatoris, Historia Gothorum, Historia Bohemica) a la científica (Cosmographia), pasando por la político-religiosa (Commentarii de gestis Basiliensis Concilii) y la autobiografía (Commentarii rerum memorabilium quae temporibus suis contigerunt, escrita en tercera persona con el pseudónimo Scribe Gobellinus y publicada veinte años después de su óbito).

También la literatura, por supuesto, apartado en el que fue muy aplaudido. Compuso varias comedias y no pocos poemas de tono erótico. La citada Historia de dos amantes (también titulada en España Estoria muy verdadera de dos amantes) se enmarca también en esa línea, algo que a posteriori avergonzó al Papa, quien dijo al respecto: “No déis más importancia al laico que al pontífice; rechazad a Eneas, acoged a Pío”.

Sin embargo, la pieza circuló de mano en mano y en 1467 se hizo en Colonia la primera versión impresa, llegando hasta nuestros días llena de modernidad y traducida a múltiples idiomas (al castellano en 1496 por primera vez, influyendo de forma clara en algunas obras como La celestina).

Otra página del libro/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Escrita en Viena en 1444 inspirándose en la Elegia di Madonna Fiammetta de Bocaccio, Historia de dos amantes es una novela epistolar (es decir, narrada en forma de cartas) cuyo argumento transcurre en Siena, contando el amor entre Lucrecia y Euríalo, una mujer noble casada y uno de los hombres del duque de Austria.

Ambos están enamorados entre sí sin percatarse de que se trata de algo recíproco, intentando sincerarse a través de correspondencia. El amor es presentado de forma negativa, como una fuerza engañosa e incontrolable, propia de jóvenes, y que consume a quienes la padecen; por tanto, el tono es didáctico, de ahí que no tenga final feliz.

Curiosamente, algunos estudiosos -no todos- creen que los protagonistas estaban basados en personajes reales: ella sería una hija de Mariano Sozzini (el profesor de leyes que tuvo el joven Eneas en la universidad de Siena) y él Kaspar Schlick, canciller del Sacro Imperio Romano Germánico (durante el mandato de Segismundo de Luxemburgo), quien había sido mecenas del poeta en 1442.

Fuentes: La estoria muy verdadera de dos amantes y El libro de Fiametta (Mita Valvassori)/Teoría y análisis de los discursos literarios (VVAA)/Historias y ficciones. Coloquio sobre la literatura del siglo XV (R. Beltrán, J.L. Canet y J.L Sirera, eds.)/Cintia & Historia de dos amantes (Eneas Silvio Piccolomini; edición de José Manuel Ruiz Vila)/Wikipedia

Encuentran en Islandia la tumba de un jefe vikingo, enterrado en un barco con su espada y su perro

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Hace pocos días arqueólogos que trabajan en el fiordo de Eyjafjörður, en el norte de Islandia, encontraron un enterramiento con los restos de un barco funerario de la era vikinga.

De las características de la tumba deducen que corresponde a un jefe o a un individuo que habría atesorado grandes riquezas, algunas de las cuales fueron enterradas con el, entre ellas su espada y su perro.

Según indica el diario Iceland Magazine, los arqueólogos sospechan que toda la zona debe esconder numerosos enterramientos más, todavía por explorar. Este en concreto dataría del siglo IX o X d.C.

El lugar donde apareció el barco funerario, Kumlateigur, se halla al norte de la localidad de Akureyri, una zona muy activa durante la época vikinga, especialmente la villa de Gáseyri, al sur, que era el principal centro comercial del fiordo.

Zona del descubrimiento en Google Maps

El área circundante se conoce actualmente como Dysnes, un nombre que guarda relación con los enterramiento vikingos, pues dys es la palabra con que designaban a los túmulos funerarios. De hecho hace 11 años ya apareció otro barco funerario justo al sur del actual.

La importancia de este nuevo hallazgo reside en el hecho de los barcos funerarios no son muy frecuentes en Islandia, donde la escasez de madera la hacía un material demasiado precioso como para deshacerse de él. Al mismo tiempo tampoco es común hallar espadas, y mucho menos animales, como es el caso.

Igualmente se trata de un enterramiento que ha permanecido sin alterar por el saqueo o la profanación, con lo que contiene todos los elementos originales en el momento de la inhumación.

Replicas de enterramientos vikingos en el Museo Nacional de Islandia / foto Stuck in Iceland

Los arqueólogos están trabajando contra reloj en el yacimiento debido a que la tumba está siendo erosionada por el mar. La fuerza de las olas ya ha destruido la mitad del barco y se ha llevado parte de los artefactos que contenía. Por suerte los restos humanos y animales, así como la espada, se encuentran en mejor situación.

Aun cuando los enterramientos con barcos funerarios son escasos, y por tanto muy valiosos en el contexto arqueológico, sí que a lo largo de toda la isla se han encontrado anteriormente otras tumbas de época vikinga. El Museo Nacional de Islandia alberga réplicas de algunas de ellas en su exposición permanente.

Fuentes: Iceland Magazine / Stuck in Iceland.


La compurgación, una curiosa forma de defensa jurídica medieval que pervivió hasta la segunda mitad del siglo XIX

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Viajemos por un momento a la Inglaterra decimonónica. Concretamente a la del primer tercio del siglo, al año 1829, el mismo en que se celebraba por primera vez la famosa regata entre las universidades de Oxford y Cambridge; el mismo en que Londres acogía la firma del protocolo homónimo entre Gran Bretaña, Francia y Rusia para reconocer la independencia de Grecia. Un herrero de Strafford había presentado una demanda contra el reverendo Fearon Jenkinson, vecino de Gnosall, Straffordshire, al que acusaba de deberle dinero por un trabajo. Jenkinson debía presentarse en el juicio acompañado de sus compurgadores pero no apareció; no sé en qué quedaría el caso pero sí que, al parecer, fue el último en el que se puso en práctica esa peculiar figura legal.

1829 fue un año importante para Inglaterra desde el punto de vista jurídico al tomarse dos decisiones que afectaron a su sistema legal. La primera fue la aprobación por ley de la concesión a los católicos del derecho a voto y a representación parlamentaria, después de tanto tiempo postergados; la otra, la abolición de la compugnation, una forma de defensa jurídica que pervivía desde la Edad Media y se empleaba fundamentalmente en el mundo anglosajón (incluyendo EEUU y territorios coloniales), el germánico y el francés temprano; también hubo casos en el Reino de Castilla, seguramente por herencia visigótica, y parece que se prefería a la clásica ordalía.

Portada de una edición de 1600 del Liber Iudicoruem/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Compurgación es una palabra que deriva del latín, del verbo purgare (limpiar, purificar) y el prefijo com (con, aunque también es una raíz aumentativa que revela una limpieza a fondo o completa) usada para designar lo que también se denomina apuesta de derecho. Con ella, los acusados en un juicio podían demostrar su inocencia formulando un juramento apoyado por un número de testigos que lo avalaban.

Inicialmente, el número de esos testigos era variable y fue la tradición la que fijó la cantidad hasta dejara en once. Claro que cada lugar tenía sus propias características y en Gales, por ejemplo, había una variante de compurgación llamada Assach que requería trescientos; existe una referencia histórica a este caso concreto en el Estatuto de 1413 firmado por Enrique V, en el contexto de las venganzas que los galeses llevaba a cabo contra los fieles al rey, exigiéndose la presencia de trescientos testigos en los procesos correspondientes.

La compurgación era una práctica legal vinculada al sistema feudal que coexistió con otras como el juicio por combate (habitual en el derecho germánico, consistía en un duelo singular en el que se daba la razón al vencedor, aunque con el tiempo se tendió a sustituir la lucha por un juramento ante Dios) o la citada ordalía (más difundida desde el siglo XII por el Derecho Romano y que se basaba en la resistencia ante la tortura). Los primeros ejemplos se dieron, pues, entre pueblos godos y sajones.

Ordalía por aplicación de hierro candente/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En Inglaterra, donde se cree que fue introducida por los normandos, tuvo una aplicación irregular ya que se permitía en causas civiles (por deudas, adulterio, etc) y en tribunales eclesiásticos, mientras que la Common Law (Derecho Anglosajón) proscribió la compurgación para delitos graves en el año 1164 mediante las Constituciones de Clarendon, los dieciséis artículos decretados por Enrique II para poner coto al poder de los citados tribunales de la Iglesia, que se habían ido imponiendo a la autoridad real durante el débil reinado de su predecesor Esteban de Bois. La Welsh Law (Ley Galesa) también lo recogía

En sus comienzos, inmediatamente anteriores al siglo XI, los testigos serían familiares y/o vecinos, cuya palabra ofrecía más credibilidad a los tribunales que una declaración escrita en una época en la que la mayoría de la gente era analfabeta y las comunidades lo suficientemente pequeñas para facilitar las cosas. El número de ellos dependía del carácter de la demanda y del rango que tuviera el acusado: para delitos menores bastaba una decena; para homicidios tenían que presentarse una setentena; para casos más graves como traición o asesinato de alguien de sangre azul la cifra subía a tres centenares. Bien es cierto que dada su aplicación a los primeros se tendió a estandarizarlo en once. Así, constituían una buena forma de solucionar litigios sin la violencia ni venganzas asimiladas al parentesco que solían acabar en sangre de tiempos anteriores.

Enrique II Plantagenet/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Más tarde, con el crecimiento de las poblaciones y el aumento de la autoridad real, derivada a los tribunales, la compugnación fue quedando obsoleta e incluso molesta para los litigantes, cada vez más susceptibles ante posibles falsos testimonios. Y eso que los testigos debían efectuar un juramento ante Dios y en caso de demostrarse que mentían eran duramente sancionados, al igual que también podían negarse a testificar si consideraban que el peticionario era de dudosa reputación.

Finalmente fue abolida por Enrique IV (igual que en 1215, el Concilio de Letrán había suprimido las ordalías) pero pervivió unos siglos más en determinadas jurisdicciones. Por ejemplo, desapareció para cuestiones penales pero siguió practicándose en algunas civiles. Curiosamente, la abolición formal definitiva en Inglaterra no llegó hasta 1833 (aunque más asombroso aún resulta saber que hasta catorce años antes no se suprimió por escrito el juicio por combate), retrasándose algo más en Gales (1841) y Queensland, Australia (1867).

Fuentes: The ius commune in England. Four studies (R. H. Helmholz)/Jury, state, and society in medieval England (J. Masschaele)/A Natural History of the Common Law (Stroud Francis Charles Milsom)/Historia de España desde los tiempos primitivos hasta la mayoría de la reina doña Isabel II (Antonio Alcalá Galiano)/Carnal knowledge. Regulating sex in England, 1470–1600 (Martin Ingram)/Wikipedia

Gilles de Rais, el asesino en serie que intentó salvar a Juana de Arco, exonerado por un tribunal francés hace 25 años

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En el otoño de 1992 la Corte de Casación de Francia, el máximo tribunal para las apelaciones judiciales, exoneró de toda culpa a un reo. Hasta ahí, todo normal. Lo extraordinario fue que había sido asesorado por un jurado compuesto por juristas, historiadores y psicólogos, y que al agraciado lo habían ahorcado cinco siglos y medio antes, por lo que ya sólo podía rehabilitarse su memoria. Una memoria totalmente siniestra que le convirtió en uno de los seres más abominables de los que hay noticia: Gilles de Rais.

Es posible que a mucha gente no le suene el nombre pero ocupa un lugar de dudoso honor en la parte más negra de la historia, al lado de personajes como Vlad Tepes o Erzsébet Bathory, a menudo catalogados como monstruos sedientos de sangre incluso en tiempos donde el horror formaba parte de la vida cotidiana. Asesino en serie, pederasta, infanticida, sádico torturador, adorador del diablo, sodomita y hereje son algunos de los adjetivos con los que ha pasado a la posteridad y que le llevaron a terminar trágicamente, pese a su muy rancia nobleza y su cargo de Mariscal de Francia. Pero algunos investigadores creen que quizá las cosas no fueran como se dijo y por eso se abrió el nuevo proceso del que se cumplen ahora veinticinco años.

Pintura decimonónica de Gilles de Rais/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Si uno viaja por la zona noroeste gala, la bañada por el rio Loira, tiene, entre otras muchas cosas, dos atractivos que suelen visitarse conjuntamente: el Puy de Fou, un parque de atracciones de ambientación histórica, y el cercano castillo de Tiffauges, en la Vendée, donde se instaló Gilles de Rais a partir de 1434, cuando cayó en desgracia tras perder su cargo de mariscal.

Había nacido como Gilles de Montmorency-Laval, heredero del baronazgo de Rais, en otro castillo (el de Champtocé) en 1404. Aún era niño cuando murieron sus padres y fue criado por su abuelo, un hombre violento y despótico que seguramente influyó en su carácter. Gilles entró al servicio del duque de Bretaña, Juan de Montfort, participando en la Guerra de Sucesión Bretona, conflicto regional que duró veintitrés años enfrentando a varios ilustres linajes con victoria final de los Montfort.

Reconstrucción decimonónica del castillo de Tiffauges/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Al parecer, Gilles destacó como guerrero, alcanzando una popularidad que le permitió llevar a cabo sus primeros caprichos importantes, como raptar a la que hizo su esposa, Catherine de Thouarscon, ante la oposición de sus progenitores a ese matrimonio. Cuando siete años más tarde nació su hija Marie, Catherine huyó con ella, dicen que por la homosexualidad que había descubierto en su marido. Éste, no obstante, no hizo nada por impedírselo.

Estos episodios primigenios han servido para asentar la imagen clásica del personaje, que posteriormente eclosionaría en la presunta degeneración reseñada al principio. Pero en medio hay que intercalar un período completamente distinto, el de su ascenso social, político y militar gracias a la Guerra de los Cien Años; un conflicto que asolaba el país desde que en 1337 el joven rey inglés Eduardo III reclamara su derecho al trono de Francia como nieto de Felipe IV el Hermoso, una vez que falleció Carlos Capeto sin dejar descendencia.

A partir de 1429 Gilles combatió al lado de Juana de Arco y otros prestigiosos generales contra ingleses y borgoñones en defensa de los intereses de Carlos VII, el Delfín. Participó muy meritoriamente en las batallas de Jargeau y Patay y pasó a ser escolta de la Doncella de Orleans, a la que idolatraba (“En presencia de ella y por ese breve lapso de tiempo, yo iba en compañía de Dios y mataba por Dios”), consiguiendo el nombramiento de Mariscal de Francia con sólo veinticuatro años. Carlos logró coronarse y poner fin a aquella asoladora guerra pero no sin sacrificar algunas piezas.

Juana de Arco / foto Crónicas y versiones

Una de ellas fue Juana, capturada en 1431 y ejecutada en la hoguera bajo la acusación de herejía ante la aparente inmovilidad del monarca que le debía el trono. Gilles sí intentó liberarla pero no llegó a tiempo y ese capítulo marcaría su vida para siempre. La otra pieza sacrificada, la caída en desgracia del que hasta entonces había sido su protector, el Chambelán Real, propició la suya propia; Gilles dejó el ejército y se retiró al citado castillo de Tiffauges. Se cerraba así el paréntesis de gloria y se abría una nueva y macabra -pero discutida- etapa.

En ella, si hacemos caso a las crónicas, prácticamente no dejó de probar ninguna aberración ni maldad. Enriquecido gracias a las recompensas que recibió por sus servicios militares, se lanzó a una vida de lujo y despilfarro (ostentosos banquetes, espectaculares fiestas, fastuosas funciones teatrales) que compatibilizaba con una generosidad algo irreflexiva, la cual, en un tiempo, le llevó a agotar sus fondos. De igual manera, no veía contradicción en manifestar una exacerbada religiosidad, casi mística (y a menudo originada por la audición de música sacra), a la vez que contrataba a todo tipo de alquimistas, magos y nigromantes para que intentaran fabricarle oro.

Con uno de ellos, dicen, mantuvo una relación amorosa. Era un hechicero florentino llamado Prelatti, que aprovechó el pánico al diablo de su amante para manejarle a su antojo mediante montajes, por lo visto muy convincentes. Entre unos y otros pronto se ganó mala fama (la alquimia había sido prohibida por Carlos VII) y empezaron los rumores de que mandaba a sus pajes a secuestrar niños para sacrificarlos en ceremonias satánicas. De pronto empezaron a denunciarse desapariciones masivas por la región y se pasó a decir también que antes de matarlas violaba y torturaba a sus víctimas, disfrutando con su sufrimiento.

Ocho años pasaron con la bola creciendo poco a poco y finalmente fue un enfrentamiento con el obispo de Nantes por una cuestión inmobiliaria -la venta de uno de los castillos, que Gilles gestionó torpemente apresando y encerrando a uno de los compradores para vendérselo a un mejor postor- lo que llevó a su caída. El 15 de septiembre de 1440 el duque de Bretaña ordenó su detención junto a su corte de taumaturgos.

Se conservan las actas del juicio, en las que se detalla cómo Gilles de Rais mostraba un temperamento ciclotímico, pasando de la agresividad a la depresión, de declararse inocente a asumir su culpabilidad y de presumir de sus actos a arrepentirse sentidamente. Acusado de la muerte de centenar y medio de niños, a los que además habría sometido a indescriptibles tormentos (“de diversas maneras e inaudita perversión” según George Bataille en su obra El verdadero Barba Azul), Gilles fue ahorcado el 16 de octubre de ese mismo año en una isla de Nantes y su cadáver incinerado. Terminaban los hechos y empezaba la leyenda.

Ejecución de Gilles de Rais / foto Rocbor

Pero en 1992 la Oficina de Turismo de Bretaña encargó una biografía del personaje para promocionar el castillo de Tiffauges, que acababa de incorporar a su oferta turística. El escritor designado, Gilbert Proteau, presentó un sorprendente trabajo titulado Gilles de Rais ou la gueule de loup (Gilles de Rais o la cara del lobo), en el que llegaba a la conclusión de que todo lo relativo a la imagen criminal de Gilles de Rais era falso y proponía una revisión del juicio. Ese libro desató una corriente revisionista que permitió que la causa llegara a la Corte de Casación y que ésta exonerase al monstruo.

Lo cierto es que muchos historiadores y estudiosos de su figura ya dudaban de la veracidad de los hechos que le llevaron al cadalso. Un ejemplo es la escritora inglesa Margot K. Juby, que se suele autodefinir medio en broma como “representante de Gilles de Rais” y desde 2010 publica en una web abierta ex profeso todos los documentos que encuentra al respecto; obviamente, ha cobrado un nuevo impulso este 2017 al celebrarse los veinticinco años de la rehabilitación judicial.

Castillo de Tiffauges/Foto: Jibi 44 en Wikimedia Commons

Para Juby, al igual que para otros muchos, Gilles de Rais fue víctima de una especie de conspiración en la que participaron, en mayor o menor medida, la Corona y la Iglesia. El que estuviera arruinado le convertía en una presa apetecible para quienes aspiraban a arrebatarle sus castillos y tierras, lo último que le quedaba de su patrimonio. Jean de Malestroit, que era obispo de Nantes y quien inició el proceso, resultó beneficiado con la condena a la pena capital, al igual que el propio Duque de Bretaña. Ambos se repartieron sus propiedades y se ahorraron las deudas que habían contraído con él. No es baladí que fuera un religioso quien inició la acusación; recordemos que Gilles de Rais fue uno de los pilares de Juana de Arco, condenada por hereje, y lo raro es que no se le hubiera perseguido antes.

Cada año desaparecían en Francia (y en toda Europa) decenas de miles de niños de los que sus padres nunca volvían a saber pero en aquella zona sólo se denunciaron ocho y, en lo concerniente al acusado, no se encontraron restos mortales de las víctimas; aunque hubiera quemado sus cuerpos, como se dijo en el juicio, parece bastante improbable que no haya quedado el más leve rastro. Se comentó que su hermano había hallado esqueletos en uno de los castillos y que le encubrió. Siempre el “se dice”, “cuentan que”, “se rumorea”, pero sin pruebas concretas; ni un hueso, ni un diente… Sólo los confusos testimonios de campesinos, de los colaboradores (bajo tortura) o su autoconfesión (inducida por la amenaza de excomunión, a la que temía por encima de todo).

Carlos VII/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El medievalista John Hosler también resalta que el proceso es un muestrario de estándares comunes de la época que llevan a desconfiar: sodomía, herejía… Admite que criminales los ha habido siempre y que es difícil demostrar la inocencia de Gilles de Rais con las actas del juicio en la mano, pero cree que quizá hay que leer entre líneas. Cosas parecidas se dijeron en el proceso a los templarios que hoy ya no se sostienen, y cabe tener en cuenta que Carlos VII recriminó al Duque de Bretaña que dejara el juicio en manos de la Inquisición; algo hipócrita si se atiende otro argumento de los historiadores, que el suceso se enmarcaba en la lucha entre la autoridad real y la feudal y que el monarca galo aprovechó para quitarse de encima a un señor demasiado poderoso cuya hueste campaba a sus anchas por la Bretaña.

Todos los trabajos realizados sobre el caso desde entonces -y hablamos de más de dos centenares- fueron idénticos porque la fuente de la que bebieron, no precisamente imparcial, era la versión oficial publicada en 1443; peor aún, la mayoría ni siquiera acudieron a ella sino que se basaron en la obra decimonónica de Paul Lacroix, trufada de romanticismo fantasioso: Huysmans, Reinach, Fleuret, Bayard, Bossard, Bataille, Perrault…

No obstante, como no podía ser de otra manera, también hay autores críticos con Proteau y la decisión de la Corte de Casación, como Oliver Bouzy, que les acusan de falta de rigor, de manera que es imposible determinar con exactitud los hechos. Así, un cuarto de siglo después de su exculpación, Gilles de Rais sigue apareciendo en los medios como una bestia sedienta de sangre; además de la vida y de sus bienes, también perdió la batalla de la propaganda.

Fuentes: El verdadero Barba Azul. La tragedia de Gilles de Rais (Georges Bataille)/Gilles de Rais ou la gueule de loup (Gilbert Proteau)/Barba Azul (Charles Perrault)/Crime and punishment in the Middle Ages and Early Modern Age. Mental-historical investigations of basic human problems and social responses (Albrecht Classen y Connie Scarborough)/Wikipedia

Encuentran una receta de Hipócrates en un manuscrito de la biblioteca del monasterio de Santa Catalina en Egipto

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La biblioteca del monasterio de Santa Catalina, considerada por la UNESCO como la más antigua ininterrumpidamente en funcionamiento del mundo, alberga la mayor colección de códices y manuscritos del mundo, después de la biblioteca Vaticana.

Se ubica al sur de la península del Sinaí en Egipto, en el lugar donde la tradición dice que Moisés vio la zarza ardiente, y se formó a partir de la capilla mandada construir por Flavia Julia Elena (Santa Elena), esposa del emperador Constancio Cloro, en el siglo III d.C.

Recientemente las obras de restauración y digitalización de sus manuscritos más antiguos depararon una agradable sorpresa a los investigadores: el descubrimiento de un palimpsesto del siglo VI d.C. con textos de medicina.

Manuscrito que contiene la receta de Hipócrates / foto AhramOnline

Un palimpsesto es un manuscrito reutilizado, borrando el texto para volver a escribir sobre él. Una práctica muy habitual, especialmente a partir del siglo VII debido a la escasez de papiro. Sin embargo en este caso el soporte no es papiro sino cuero, un material similar al de los famosos rollos del Mar Muerto.

El manuscrito, que fue presentado hace unos días por el Ministro de Antigüedades egipcio, Khaled El-Enany, junto con el ministro de política digital griego y el arzobispo del monasterio, contiene cuatro recetas médicas en griego transcritas por un escriba anónimo. Bajo ellas, en la capa borrada del palimpsesto, hay un texto de la Biblia conocido como el manuscrito sinaítico, muy popular durante la Edad Media.

Busto de Hipócrates en el Museo Pushkin / foto shakko en Wikimedia Commons

Pero lo más interesante es que una de las cuatro recetas pertenece al mismísimo Hipócrates de Cos, considerado el padre de la medicina, que ejerció entre los años 460 y 370 a.C. y a quien se atribuye el Juramento Hipocrático que hoy día es la base sobre la que se definen las leyes morales y de buenas prácticas de la medicina.

No obstante el texto de la receta parece que está incompleto, por lo que los investigadores trabajan en su reconstrucción.

Fuente: AhramOnline

Cuando Carlomagno destruyó el Irminsul, el puente custodiado por Heimdal que conectaba el cielo y la tierra

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En la primavera del año 772 Carlomagno se dirigió con una gran ejército de francos contra los sajones. Primero tomó la fortaleza de Eresburg y después se internó en territorio sajón arrasándolo todo y obteniendo un gran botín de oro y plata.

Pero antes de abandonar el lugar mandó destruir el Irminsul. Esto es lo que cuentan las crónicas. Pero ¿qué era el Irminsul y por qué era tan importante acabar con él?

En el año 865 un monje benedictino llamado Rodolfo de Fulda describía en su introducción a la traducción de De miraculis sancti Alexandri (obra del monje Meginhard) como los sajones adoraban un tronco colocado verticalmente, de gran tamaño, al que denominaban Irminsul (en latín traducido como columna universalis) que lo sostenía todo. Se trataría de un pilar que, metafóricamente, conectaría el cielo y la tierra, sosteniendo todo el Universo, y que tiene muchas similitudes con el nórdico Yggdrasil.

Estaba situado, según las crónicas, cerca de Eresburg (hoy Obermarsberg). Por ello en ocasiones se le localiza en Externsteine, un complejo megalítico de formaciones rocosas que asemejan torreones, situado cerca del bosque de Teutoburgo, que algunos consideran el principal santuario de los sajones, y que está a solo 45 kilómetros de Eresburg. De hecho los nazis crearían una fundación dedicada a la búsqueda del Irminsul y al estudio del lugar, convirtiéndolo en el centro espiritual del nacionalismo alemán.

Externsteine / foto Daniel Schwen en Wikimedia Commons

Algunos investigadores asocian el Irminsul con el dios germánico Irmin, cuyo nombre se infiere precisamente del Irminsul sin que se sepa a ciencia cierta si era el dios o semi-dios principal de los sajones, lo cual de momento es un círculo sin salida.

Lo que sí se sabe es que en nórdico antiguo Irmin se traduce por Jörmunr, que curiosamente es uno de los nombres de Odín. Algunos autores opinan que Irmin simplemente significa gran dios y lo identifican con el nórdico Yggdrasil y con el dios Heimdal. Así, el Irminsul (Yggdrasil) sería el árbol-puente que conectaría el cielo y la tierra, custodiado por el guardián Heimdal, que al mismo tiempo sería el dios de los hombres. Recordemos que en la mitología nórdica Heimdal es hijo de Odín, y el guardián de la morada de los dioses y del Bifrost, el arco iris que hace de puente hasta Asgard.

La destrucción del Irminsul, grabado de Heinrich Leutemann / foto Dominio público en Wikimedia Commons

El motivo por el que Carlomagno destruyó el Irminsul fue claramente para debilitar los antiguos cultos paganos y favorecer la expansión del cristianismo. Precisamente en Externsteine hay un relieve cristiano del descendimiento de Jesús de la cruz, en el cual los investigadores creen que está representado el Irminsul, como una especie de tronco en forma de silla a la derecha de la cruz.

No obstante, hoy en día los historiadores no creen que exista ninguna evidencia que conecte el Irminsul con Externsteine, y además las excavaciones tampoco han encontrado pruebas de que el lugar fuera un santuario sajón, o que fuera utilizado con fines religiosos antes del cristianismo.

Relieve cristiano en Externsteine con la supuesta representación del Irminsul al pie de la cruz / foto Gunnar Ries en Wikimedia Commons

Lo único cierto es que el Irminsul era una columna o pilar, hecha de roble u otro tipo de árbol, que los sajones veneraban como una conexión espiritual o material entre el cielo y la tierra. Si existieron más Irminsul que el destruido por Carlomagno, o si éste era el principal o único, es algo que posiblemente nunca sabremos.

Fuentes: The 8th Century and All That / The Odinic Rite / Philip Coppens / Wikipedia.

Cuando los vikingos incautos compraban espadas falsificadas

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Entre los siglos IX y XI se popularizó en el norte de Europa y en Escandinavia un tipo de espada con una marca de fábrica que le confería un símbolo de calidad, tanto al acero con que estaba hecha como su origen.

Se las denomina espadas Ulfberht porque todas llevan la inscripción +VLFBERHT+ o variantes de la misma, un nombre franco utilizado quizá al principio por un solo fabricante, que luego se perpetuó como marca de calidad.

Estas espadas se sitúan como el puente entre la antigua espada vikinga y la posterior espada medieval caballeresca, y tienen una hoja ancha y plana de una longitud media de 80 centímetros. Se hacían utilizando varias piezas de metales de diferente composición, en un proceso habitualmente denominado acero de Damasco.

Las mejores se hacían a base de acero importado de Asia Central, encontrándose más de 150 ejemplos en yacimientos por todo el norte de Europa, sobre todo en Noruega, e incluso algún ejemplar tan lejano como en Bulgaria.

Espada Ulfberht del siglo X procedente de Schwedt, Alemania / foto Wolfgang Sauber en Wikimedia Commons

El origen de su manufactura se rastrea en Austrasia, la región central del reino franco situada en lo que hoy es la Renania alemana. Los vikingos las consideraban un objeto de gran prestigio, así como un arma fiable y eficaz, razón por la cual se han encontrado tantas en Escandinavia.

Sin embargo, recientes estudios de ejemplares conservados en museos y colecciones privadas revelaron un sorprendente hecho. Muchas de las espadas Ulfberht conservadas son falsas. Están hechas con acero de poca calidad e incluso con hierro y con hasta tres veces menos contenido de carbono, aunque llevan la misma inscripción para confundir o engañar al comprador.

Espadas Ulfberht en el Museo de Bergen, Noruega / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Así, el vikingo que se hacía con una de estas espadas falsificadas era incapaz de distinguirla de una auténtica, ya que a primera vista eran prácticamente idénticas en todo y se forjaban con las más avanzadas técnicas de metalurgia. La diferencia solo se revelaba, fatalmente, en el momento de entrar en combate, cuando al chocar la espada contra otra auténtica la falsa se hacía trizas.

Es por ello que en los yacimientos de batallas han aparecido miles de fragmentos de estas falsificaciones, que fabricaban los artesanos locales en el norte de Europa. Las auténticas Ulfberhts suelen aparecer en el lecho de ríos cercanos a antiguas poblaciones.

Fragmento de espada Ulfberht en el Museo de Nuremberg / foto Torana en Wikimedia Commons

En el siglo XI el suministro de acero centro-asiático a través de Rusia quedó interrumpido, lo que hizo que a partir de ese momento el número de falsificaciones aumentase considerablemente.

Fuentes: Universidad de Hannover / The Guardian / Wikipedia.

El masivo desembarco genovés que propició la primera reconquista de Almería

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Aunque de la larguísima etapa de la Reconquista suele ofrecerse una imagen más bien monolítica y algo simplista, lo cierto es que fue un proceso bastante complejo con períodos de iniciativa por ambos bandos y frecuentes alianzas mutuas, de ahí que se prolongase durante casi ocho siglos. Tiempo de sobra para encontrar multitud de situaciones y episodios que seguramente sorprenderían a muchos lectores. Uno de ellos es el de la participación de ejércitos extrapeninsulares y no hablo únicamente de los musulmanes (en cuyas filas había bereberes, árabes, rifeños, mauritanos y otros cuya llegada se resume en las oleadas iniciales y las posteriores de almorávides y almohades); también hubo combatientes cristianos de otros lugares de Europa y un buen ejemplo lo tenemos en la conquista de Almería por Alfonso VII.

Tras una infancia difícil en la que tuvo que permanecer junto a su madre Urraca I en Galicia, el joven soberano de León reclamó sus derechos sobre Castilla, solventó la oposición de algunos obispos a su matrimonio con Berenguela de Barcelona, aspiró (sin éxito) al trono navarro-aragonés a la muerte de su tocayo y padrastro El Batallador, y sometió a vasallaje los territorios de Zaragoza, La Rioja, Pamplona, Barcelona, Tolosa y sur de Francia (Gascuña, Urgel, Montpellier, Foix…), lo que le permitió recuperar la vieja idea imperial.

Porque a Alfonso VII, rey de León y Castilla, no se le conocía con el apodo de El Emperador por capricho. El que fue primer monarca leonés de la dinastía Borgoña (la que sería luego sustituida por la Trastámara) se coronó Imperator totus Hispaniae haciendo realidad una vieja tradición de sus predecesores, la de la auctoritas ibérica, para dar fuste a su predominancia sobre los otros reinos peninsulares (Portugal, Aragón, Navarra, el condado de Barcelona y varias taifas musulmanas le rendían vasallaje) y continuar la justificación de la legitimidad real como descendiente de la monarquía visigoda.

Alfonso VII (por José María Rodríguez de Losada)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Solucionadas esas cuestiones y bajo la denominación extra de Rex Hispaniarum, tal como cita el Poema de Almería (también conocido como Praefatio Almeriae, un añadido posterior a la Chronica Adefonsi imperatoris), volvió su atención hacia el sur iniciando una serie de incursiones de saqueo contando con aliados musulmanes como Ahmad al-Mustansir Sayf al-Dawla (más conocido como Zafadola), señor de Rueda de Jalón, o Muhammad ibn Mardanis, alias Rey Lobo, otro militar andalusí que, al igual que el anterior, era opuesto a los almorávides. Como el dominio de éstos se derrumbaba irremisiblemente, con ayuda de los citados les arrebató Coria, Jaén y Córdoba. Pero en el año 1146 ocurrió un hecho inesperado que cambió el panorama: la aparición de un nuevo y potente enemigo.

Eran los almohades, que con su rigorista visión del Islam desembarcaron en Algeciras dispuestos a poner fin a la decadencia espiritual en la que habían caído los almorávides, originalmente también severos. Éstos, conscientes del peligro -los recién llegados avanzaban imparables- pactaron una alianza con Alfonso; el objetivo era la conquista de Almería, que había sido ocupada. Pero no era tarea fácil, por lo que se imponían medidas especiales y se solicitó al papa Eugenio III un llamamiento de cruzada a toda la cristiandad. El prelado cumplió y se empezó a constituir una importante coalición internacional en cuyas filas formaban soldados castellanos, aragoneses y catalanes pero también genoveses, pisanos (el pontífice lo era) y franceses.

El papa Eugenio III/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Almería cayó en octubre de 1147, después de tres meses de asedio. Tradicionalmente, las crónicas atribuyen el mérito principal a las tropas ibéricas, sobre todo aragonesas y del Condado de Barcelona. Sin embargo, es interesante ver la versión que da Caffaro di Rustico da Caschifellone, un diplomático, marino, escritor y militar genovés que tomó parte en la campaña y dejó un relato de los hechos. En su obra Ystoria captionis Almarie et Turtuose explica cómo en la ciudad de Génova se celebró un consejo en el que los cónsules, seis de los notables y cuatro populares, “conscientes de la voluntad de Dios y conociendo el deseo del pueblo”, atendieron la llamada de la Santa Sede y empezaron a organizar un ejército. Por supuesto, como puede apreciarse, su punto de vista es cristiano y providencialista.

La gente debía aportar fondos con los que financiar armas, tiendas, banderas, bagajes de asedio y provisiones, de manera que en cinco meses se consiguió formar una flota de sesenta y tres galeras más un centenar y medio de otras naves menores. Aquella fuerza arribó al puerto de Barcelona pero una escuadra de quince naves al mando del cónsul Balduino continuó hacia Almería como avanzadilla para contactar con Alfonso VII. Una vez allí resultó que el Emperador no estaba, lo que les dejaba en una situación expuesta, así que enviaron a Otto de Bonvillano en su busca. Lo encontró en Baeza, donde había librado otra guerra con los musulmanes de Jaén tras la que licenció a su gente, quedándose únicamente con una exigua tropa de mil hombres y cuatrocientos jinetes que poco podía aportar.

Busto de Caffaro en Génova/Foto: Daderot en Wikimedia Commons

Mientras, los almohades, viendo su superioridad, intentaban arrastrar a Balduino a presentar batalla. Las peticiones de éste para que acudiera el grueso de la flota cayeron en saco roto porque aún se estaba aprovisionando; quien sí lo hizo fue el Conde de Barcelona, con quien Balduino diseñó una celada: los genoveses fingirían un asalto anfibio desde el mar con parte de sus efectivos para incitar a los sarracenos a salir de sus murallas, momento en que se haría una señal a los catalanes para salir de su escondite al otro lado del río y caer sobre ellos.

Aunque al principio desconfiaron, los exploradores musulmanes no fueron capaces de descubrir a ningún enemigo oculto y se lanzaron sobre los genoveses que desembarcaban. Estos consiguieron aguantar lo suficiente como para dar tiempo al Conde de Barcelona a llegar y sorprender a los atacantes, siendo reforzados enseguida por el resto de las galeras. Los almohades quedaron atrapados entre tres frentes y el mar, sufriendo una descomunal matanza entre los que cayeron en la playa y los que lo hicieron intentando huir entrando en el agua, calculándoles Caffaro unos cinco mil muertos.

La Almería musulmana/Imagen: Historia y Arabismo

Tras esa victoria se inició el sitio a la ciudad propiamente dicho, con torres, catapultas, trincheras y demás parafernalia. La flota enemiga intentó salir tres veces pero fracasó en todas. También la infantería realizo incursiones para tratar de destruir el tren de asedio; sin embargo el ejército cristiano ya tenía una superioridad numérica demasiado importante y encima fue ampliada con la llegada de Alfonso VII y sus mil cuatrocientos efectivos. Así, los aliados lograron demoler dos torreones y abrir una brecha de dieciocho metros en la muralla. La situación se volvió dramática para los defensores de Almería, que se pusieron en contacto con el Emperador, Armengol VI de Urgel y el rey García Ramírez de Pamplona para pactar un acuerdo.

La oferta era de cien mil maravedíes y otras riquezas a cambio de levantar el sitio dejando solos a los genoveses. Al enterarse de ello, los cónsules decidieron llevar a cabo un esfuerzo extra mediante un asalto frontal a Almería a la mañana siguiente. Caffaro cuenta que se organizaron en doce compañías de unos mil hombres cada una e instaron al Emperador y al Conde de Barcelona a unírseles, pero que Alfonso “vino sólo a regañadientes, y cuando lo hizo, encontró las compañías genovesas ya armadas en el campo”. El ataque se inició “en silencio, sin gritos de batalla” y tres horas después las tropas conseguían entrar en la ciudad.

Vista de la Alcazaba almeriense/Foto: Jebulon en Wikimedia Commons

El cronista relata que “ese día murieron veinte mil sarracenos” y se llevaron “diez mil mujeres y niños a Génova”, se deduce que como esclavos. La alcazaba aún resistió otros cuatro días, transcurridos los cuales tuvo que rendirse; para que se respetara la vida de los defensores éstos tuvieron que pagar treinta millones de maravedíes. Otto de Bonovillano, al que se nombró conde de Castilla y León, se quedó como gobernador de Almería con una guarnición de mil soldados mientras las galeras regresaban a Barcelona llevándose una tercera parte del botín. Eso sí, la ciudad sería recuperada por los almohades diez años más tarde y Alfonso, que la intentó reconquistar de nuevo sin éxito, falleció inmediatamente después. Para entonces Caffaro ya había escrito su libro; murió en Génova en 1164.

Fuentes: The Genoese expedition to Almeria (1147) (DRM Peter en De Re Militari)/Caffaro, Genoa and the Twelfth-Century Crusades (Martin Hall)/Christians and Moors in Spain (Colin Smith)/El enemigo en el espejo. Cristianos y musulmanes en la España medieval (Ron Barkai)

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